La música que se destina a actos y ceremonias religiosas, es decir, la música sacra o música sagrada y, en especial, la música utilizada en las iglesias cristianas como parte de sus ritos en el culto público.

El espectro de dicha música es muy amplio y sólo es un resumen de las tradiciones católica y protestante de Europa Occidental; sin embargo debe recordarse que las Iglesias ortodoxa y copta de Europa oriental y Próximo Oriente también poseen una tradición musical antigua y continuada; más recientemente las iglesias africanas y de América del Sur han desarrollado formas y estilos musicales característicos.

Partiendo de sus orígenes, las prácticas judías y grecorromanas de música religiosa cristiana en Occidente alcanzaron su primera cima entre los siglos VIII y IX con una forma definitiva de canto llano romano (llamado gregoriano por el papa Gregorio I). Adaptado a los textos en latín, esta forma suplió las necesidades litúrgicas de todo el calendario religioso. Más adelante se alcanzaron otros grandes momentos con los arreglos polifónicos de los textos de la misa y el motete, entre los que destacan la Messe de Nostre Dame (1365) de Guillaume de Machaut, los motetes de John Dunstable y, entre 1450 y 1520, las misas cíclicas (en las cuales cada sección se basaba en un canto llano habitual o en un cantus firmus profano) de Guillaume Dufay, Johannes Ockeghem y Josquin des Prez. El punto máximo de esta fase se alcanzó a finales del siglo XVI con las soberbias obras a cappella de Giovanni da Palestrina, Orlando di Lassus, William Byrd, Tomás Luis de Victoria, Cristóbal de Morales, Francisco Guerrero y Antonio de Cabezón. En el norte de Europa, los reformadores protestantes sustituyeron los textos en latín por otros en lenguas vernáculas que la congregación podía cantar en forma de paráfrasis de corales y salmos. Tanto en la Alemania luterana como en la Inglaterra isabelina siguieron floreciendo elaboradas obras de música religiosa. Entre los más vívidos arreglos musicales de textos ingleses destacan los de Thomas Morley, Orlando Gibbons y Thomas Weelkes. Pero en las áreas de Europa bajo dominio calvinista sólo se permitían salmos métricos y cánticos. Desde inicios del siglo XVII el crecimiento de los géneros profanos, especialmente la ópera y el concerto instrumental, influyó en gran medida en la música religiosa. Se introdujeron voces y acompañamientos orquestales no sólo en los himnos de la Restauración de John Blow y Henry Purcell, sino también en los motetes de Jean Baptiste Lully y Marc-Antoine Charpentier, en la Francia de Luis XIV. En Alemania, Heinrich Schütz y sus contemporáneos adoptaron los estilos italianizados de la cantata, el motete y la pasión, mientras que Johann Sebastian Bach, el más grande entre los compositores religiosos, enriqueció todas las ramas de la música religiosa, especialmente con La Pasión (según san Mateo y según san Juan) y su gran Misa en si menor, con arreglos del texto ordinario en latín. Durante la segunda mitad del siglo XVIII la creciente secularización engendró un enlace entre la misa católica y la sinfonía, con notables ejemplos de Michael y Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Luigi Cherubini. La Missa Solemnis (1823) de Ludwig van Beethoven, demasiado larga para un uso litúrgico, creó un precedente para numerosas adaptaciones de misas y misas de difuntos (réquiems) durante el siglo XIX, de la pluma de Hector Berlioz, Franz Liszt, Giuseppe Verdi, Antonin Dvorák, Anton Bruckner y otros, más apropiadas para la sala de conciertos que para actos litúrgicos. Los trabajos menores para el culto cotidiano pasaron a manos de compositores de segunda fila y la creatividad sufrió una decadencia generalizada. La excepción fue la abundancia de nuevos trabajos de dimensiones reducidas: melodías de himnos y arreglos de salmos producidas por compositores como la familia británica Wesley, Charles Stanford y Hubert Parry.
El siglo XX ha sido testigo de un renacimiento de la música religiosa, con aportaciones originales y sorprendentes de compositores importantes como Ralph Vaughan Williams, Zoltán Kodály, Ígor Stravinski, Benjamin Britten y Michael Tippett, así como otras obras creadas por muchas figuras de menor relevancia. Entre los cambios principales destaca la introducción en 1980 del Libro de servicios alternativo para los anglicanos, y la adopción de liturgias vernáculas por parte de los católicos. Si bien ello supuso nuevos problemas al desplazarse de esta manera el repertorio tradicional, también ha supuesto nuevas y emocionantes oportunidades para los compositores.