El arte que responde a una voluntad de expresión, sin preocupaciones técnicas, y a un gusto infantil por la forma y el color; el interés por este tipo de arte se desarrolló ampliamente a finales del s. XIX y principios del XX: su principal exponente fue el pintor francés H. Rousseau, por sus cuadros de sorprendente fantasía.

En término naïf se ha utilizado también para calificar la producción pictórica, escultórica o arquitectónica, en la mayoría de los casos los artistas naïf han sido autodidactos. Se han utilizado numerosas expresiones para calificar a este arte (arte innato, arte instintivo, arte popular, neoprimitivismo, etc.) y a sus autores (pintores ocasionales, maestros populares de la realidad, primitivos modernos, etc.), pero ninguna de ellas parece totalmente satisfactoria. Si el arte naïf está, por lo general, al margen de la historia de los estilos, escuelas o vanguardias, sin embargo, sus autores, aunque no hayan recibido formación académica alguna, no viven fuera del mundo y son sensibles a sus orígenes, a las artes y tradiciones populares (forja, cerámica, madera, tejidos, bordados, encajes, etc.) o a modelos académicos ampliamente difundidos, desde los calendarios de correos de antaño a los catálogos y la publicidad del mundo moderno.

El primer arte naïf, el del mundo rural, se inspiraba a menudo en la imaginación creadora de los artesanos que vivían en un entorno relativamente autárquico. Este arte desapareció con el inicio de la producción en serie durante la Revolución Industrial y, aunque durante mucho tiempo fue despreciado, posteriormente se vio revalorizado por el romanticismo y las reivindicaciones nacionalistas del siglo XIX antes de pasar a convertirse en objeto etnográfico. El arte naïf de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX, muy diferente al anterior, estuvo íntimamente ligado al desarraigo urbano: añoraba la naturaleza perdida concebida como idílica desde una visión nostálgica del pasado y buscaba sus orígenes bíblicos, mitológicos, exóticos, legendarios, oníricos y a veces surrealistas. Este arte no deseaba representar la vida cotidiana ni tuvo ambiciones revolucionarias, sino que buscaba una representación sencilla y, en ocasiones, idealizada del mundo.

Entre los más destacados representantes de este arte se encuentra el pintor francés Henri Rousseau, conocido como el Aduanero. Movimientos vanguardistas como Der Blaue Reiter subrayaron, además, la importancia del naïf en la evolución del arte moderno. La Exposición Universal de París de 1937 dio a conocer a muchos de estos artistas. Después de la II Guerra Mundial se multiplicaron las exposiciones: Baden-Baden en 1961, París y Rotterdam en 1964, la exposición itinerante de artistas naïf americanos en 1967-1968, Zurich en 1975 y la retrospectiva de Rousseau en 1984-1985 en el Grand Palais de París.

Actualmente son numerosos los pintores naïfs reconocidos en Europa: Aristide Caillaud en Francia, Orneore Meteli en Italia, Miguel Vivancos en España y Théophilos Hadzimichael en Grecia. En los países socialistas, con un arte ligado al folclore nacional, se han desarrollado verdaderas escuelas de pintura naïf, con el georgiano Niko Pirosmanachvili en Rusia e Ivan Generalic en Yugoslavia. En Estados Unidos, el movimiento naïf tuvo su máxima expresión en la tradición artística de los pioneros y de los retratistas ambulantes, siendo Edward Hicks uno de sus representantes más destacados. En América Latina, el arte naïf, siempre relacionado con las tradiciones ancestrales, está a menudo ligado a diversos cultos animistas. Existen diferentes museos dedicados a este estilo artístico, como el de Laval, ciudad natal de Rousseau.