El arte plumario es una técnica ornamental realizada con plumas de ave, empleada por la mayoría de las culturas indígenas americanas para la elaboración de tocados y todo tipo de adornos humanos.

Fray Bernardino de Sahagún describió minuciosamente el proceso de elaboración utilizado por los antiguos mexicanos y repetido tras la conquista española; según sus palabras, los artistas colocaban sobre una hoja de maguey una capa de algodón cardado mezclado con engrudo; el lienzo resultante era cubierto por el papel de amate en el que se había realizado el dibujo, y a continuación se colocaban las plumas, reservando las más finas para la capa exterior.

A partir de la llegada de los españoles a México, los amanteca, especialistas en el trabajo de la pluma, comenzaron a decorar objetos de uso europeo con esta técnica, utilizando motivos iconográficos y estilos narrativos propios de los artistas occidentales. Las piezas más antiguas y más importantes son las relacionadas con el culto católico, como algunas sacras o un interesante conjunto de mitras que se conservan en diferentes instituciones: en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial (España), la catedral de Toledo (España), el palacio Pitti de Florencia (Italia) o el Museo Etnográfico de Berlín (Alemania), así como pequeños cuadros dedicados a la Adoración de los Magos (Museo de América, Madrid) o La misa de san Gregorio (Museo de los Jacobinos, Auch, Francia). Todas ellas son del siglo XVI. También del siglo XVI es una Adarga, la única obra de carácter profano que existe, que se guarda en el Museo del Ejército de Madrid. Durante el siglo XVII se mantuvo la técnica tradicional, aunque se incorporaron importantes variaciones al realizar algunos motivos de la obra con técnicas pictóricas en sustitución de la plumaria. De este periodo y del siglo XVIII sólo se conservan cuadros de temática religiosa con diferentes advocaciones marianas y de santos.