La reverencia dedicada a parientes fallecidos que, según se cree, se han convertido en poderosos seres espirituales o, con menos frecuencia, que han alcanzado la categoría de dioses. Se basa en la creencia de que los antepasados son miembros activos de la sociedad, y todavía están interesados en los asuntos de sus parientes vivos.
El culto a los antepasados es bastante común, aunque no universal. Se ha documentado ampliamente en las sociedades de África occidental (los bantu y los shona), en Polinesia y Melanesia (los dobu y los manus), entre varias etnias indo-europeas (los primitivos escandinavos y alemanes), y de una forma especial en China y Japón. En general, se tiene la creencia de que los antepasados ejercen gran autoridad, y que cuentan con poderes especiales para influir en el curso de los acontecimientos o controlar el bienestar de sus parientes vivos. La protección de la familia es una de sus principales preocupaciones. Se les considera intermediarios entre el dios supremo o los dioses, y las personas, y pueden comunicarse con los vivos a través de sueños y mediante la posesión. La actitud con respecto a ellos es la de una mezcla entre miedo y adoración. Si se les descuida, los antepasados pueden traer la desgracia y otros males. La propiciación, la súplica, la oración y el sacrificio son las diferentes formas mediante las cuales los vivos pueden comunicarse con sus antepasados.
La adoración a los antepasados es una fuerte indicación del valor que se da al hogar así como de los fuertes lazos que existen entre el pasado y el presente. Las creencias y las prácticas conectadas con el culto ayudan a unir la familia, sancionando la estructura política tradicional, y alentando el respeto por las personas mayores. Algunos eruditos también lo han interpretado como fuente de bienestar individual, armonía y estabilidad social.