La cultura castreña (cultura de los castros) una denominación expresamente reservada a los numerosos poblados fortificados o ‘castros’ protohistóricos del noroeste de la península Ibérica, aun cuando es éste un tipo de hábitat relativamente común durante el I milenio a.C. en casi todo el territorio peninsular. Se extiende, desde el bajo Duero, por el norte de Portugal, por Galicia y, hasta el Navia, por el occidente de Asturias, siendo impreciso su límite con la Meseta.
El sustrato de muchos de esos asentamientos (Torroso) se remonta al bronce final (último periodo de la edad del bronce), mas el apogeo castreño viene a situarse avanzada la segunda edad del hierro, cuando prácticamente todos los poblados o citanias (Sabroso, Santa Trega) se protegían tras fosos y murallas concéntricas mejorando sus, ya de por sí, buenas condiciones defensivas. Por su interior se distribuyen, sin gran orden, las viviendas, circulares, comúnmente de piedra en seco y a veces con vestíbulo, así como algunos edificios singulares, alargados y con conducciones de agua, que debieron cumplir la función de saunas (Briteiros, Santa Mariña, Coaña) y que se adornaban con unas grandes losas labradas en forma de fachada de casa, las pedras formosas. Otras manifestaciones escultóricas típicas son los célebres guerreros, de piedra y esculpidos en bulto redondo, que se muestran en actitud de parada militar exhibiendo tanto su armamento (espada corta, escudo pequeño circular) como sus adornos personales (torques y brazaletes), y ciertas representaciones zoomorfas, los verracos, que, a diferencia de los del área vettona, exentos, servían como adorno de las casas empotrados en sus paredes. La cerámica, pese a lo pintoresco de algunas de sus decoraciones (estampados de patos y círculos, sogueados incisos), constituye una de las manifestaciones menos brillantes de los artesanos galaicos, aún desconocedores del torno. Por el contrario, en el trabajo del oro se alcanzaron cotas excepcionales, bien visibles en torques (Burela), arracadas, diademas (Ribadeo) y lúnulas. La conquista romana, producida en un momento de gran esplendor económico, demográfico y cultural del mundo castreño, lejos de doblegarlo, produjo simplemente su transformación, dando lugar a una sincrética cultura galaico-romana de muy lento declive.