Muchos geólogos del siglo XIX comprendieron que la Tierra es un planeta con actividad térmica y actividad dinámica, tanto en su interior como en su corteza (la actividad geológica); los que eran conocidos como estructuralistas o neocatastrofistas creían que los trastornos catastróficos o estructurales eran responsables de las características topográficas de la Tierra; así, el geólogo inglés William Buckland y sus seguidores postulaban cambios frecuentes del nivel marino y cataclismos en las masas de tierra para explicar las sucesiones y las roturas, o discontinuidades, de las secuencias estratigráficas; por el contrario, Hutton consideraba la historia terrestre en términos de ciclos sucesivos superpuestos de actividad geológica; llamaba cinturones orogénicos a las cintas largas de rocas plegadas, que se creía que eran resultado de una variedad de ciclos, y orogénesis a la formación de montañas por los procesos de plegamiento y de elevación; otros geólogos apoyaron más tarde estos conceptos y distinguieron cuatro grandes periodos orogénicos: el Huronense (final de la Era Precámbrica); el Caledonio (principio de la Era Paleozoica); el Herciniano (final de la Era Paleozoica) y el Alpino (final del periodo Cretácico).