Suelo con una capa acuífera, en general en una llanura o depresión. En geobotánica, voz rusa que se da, en los suelos, al horizonte que, por estar anegado o impregnado de agua largo tiempo, es objeto de procesos químicos especiales, como los de reducción, que originan componentes más o menos característicos. Entre éstos figuran: el hierro oxidulado o ferroso, que ofrece coloraciones negruzcas y grises, y de matices verdosos y azulados, y, al contacto del aire, pasa a férrico, con colores amarillentos a rojizos (manchas de herrumbre); el sulfuro de hierro, de color negro y matiz gris, que, al contacto del aire, pasa a sulfato, verdoso, y acaba por descomponerse en óxido férrico y ácido sulfúrico; el manganeso, que se acumula en manchas de color negro aterciopelado a negro herrumbroso; la vivianita, que es azul; carbonatos, aportados por las aguas subterráneas en forma de bicarbonato; sales diversas de igual origen; humus, que puede proceder, sin necesidad de lixiviación espigénica, de las raíces profundas; sílice coloide, peptizada por la acción del agua, sobre todo si contiene ión sodio, y que conglutina los elementos minerales. Esta conglutinación da al gley una estructura típica, que los autores califican de prismática, pero H. del Villar de poliédrica (pues la verdadera prismática es característica de otros horizontes: los de acumulación de sesquióxidos). Como el gley se forma a expensas de materiales diversos, su textura puede ser más o menos arcillosa o más o menos arenosa. La heterogeneidad de las substancias químicas que en él se forman, la irregularidad de esta formación y la frecuente alternativa de reducciones y oxidaciones que producen las diferencias en el estado de impregnación por el agua, dan frecuentemente al gley coloraciones abigarradas; pero este carácter no se manifiesta necesariamente, pues la composición permanece en muchos casos más uniforme (HV.).