El miocardio es el conjunto de células musculares, con una disposición y estructura peculiar, que constituyen el grosor de la pared del corazón. El músculo cardiaco contiene una enorme cantidad de fibras musculares cuya principal característica es su gran contractilidad. Estas fibras tienen un diámetro menor que las fibras musculares del músculo esquelético pero, en cambio, tienen más sarcoplasma. El material colágeno y los capilares sanguíneos son los otros constituyentes del miocardio.
Al analizar la fibra muscular miocárdica al microscopio electrónico se ve, en cuanto a su estructura, que está compuesta por miofibrillas dispuestas en paralelo. Éstas tienen una estriación transversal, con bandas obscuras y claras alternativamente. La unidad funcional contráctil de la miofibrilla es el llamado sarcómero, compuesto por una serie de cuatro proteínas que forman dos tipos de filamentos: unos gruesos y otros finos. Los primeros están formados por la proteína miosina y los segundos por las proteínas actina, tropomiosina y troponina. La actina y la miosina son las proteínas efectoras de la contracción, mientras que la tropomiosina y la troponina son las proteínas moduladoras de la contracción.
El músculo cardiaco o miocardio, como cualquier otro músculo, tiene la capacidad de acortarse y de relajarse, funcionando coma una auténtica bomba mecánica, enviando y recibiendo sangre con una velocidad y fuerza determinada. El miocardio solamente obtiene energía del metabolismo aerobio, es decir, necesita oxígeno para poder funcionar. Cuando falla el aporte de oxígeno al músculo cardiaco, por la causa que sea, se produce el llamado infarto de miocardio, que se traduce en una necrosis de las células miocárdicas. Cuando este déficit es sólo transitorio, por un desequilibrio entre la oferta y la demanda de oxígeno, se habla de angina de pecho.