Aunque la Biblia contiene abundante material teológico, no es un manual de teología sistemática: véase el método teológico.
La epístola de Pablo a los romanos es quizá la propuesta más cercana a un tratado teológico en el Nuevo Testamento; comenzando por la pecaminosa condición humana, Pablo enuncia una doctrina de justificación por la fe y esboza un esquema de salvación universal.
La teología comenzó entre los griegos como una disciplina científica, y la convergencia de la filosofía griega y la fe bíblica dio lugar al desarrollo de la gran época de la teología patrística. Aunque el teólogo alemán Adolf von Harnack lamentó la helenización del evangelio, casi todos los teólogos coincidieron con Tillich en que la fe bíblica tenía que responder al reto intelectual de la filosofía griega. En Oriente, el escritor Orígenes (siglo III, escuela de Alejandría) fue quizá el teólogo más influyente de la era cristiana primitiva: De principiis se ocupa de los grandes tópicos de la teología, y Contra celsum, respuesta de Orígenes a las críticas de un filósofo pagano, es un notable ejemplo de apologética. El gran teólogo patrístico de Occidente fue san Agustín de Hipona. Su obra más importante es De civitate Dei (La ciudad de Dios, 413-426), un considerable estudio donde la historia humana se presenta como una batalla entre las fuerzas del bien y del mal. Otro influyente tratado teológico de san Agustín es De trinitate (400-416). Orígenes y Agustín escribieron también comentarios sobre los libros de la Biblia, y los dos estuvieron muy influidos por la filosofía de Platón. Fue durante el periodo patrístico cuando adquirieron formulación definitiva las doctrinas cristianas más importantes.