Además de la rima (consonante y asonante), que no es imprescindible en la poesía moderna, existen otros recursos tendentes a enriquecer la sonoridad del poema, a crear énfasis o atmósferas emotivas. Lo musical del poema reside en gran medida en la frecuencia de los acentos rítmicos, pero también en la repetición de determinados sonidos.
En la aliteración, por ejemplo, pueden repetirse consonantes, vocales y hasta grupos silábicos: “infame turba de nocturnas aves” (Góngora). En la primera estrofa del Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz: “¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido”, es destacable la frecuencia de las íes combinadas con diferentes consonantes.
La onomatopeya, presente en las palabras que imitan voces o ruidos de la naturaleza (‘traqueteo’, ‘ronronear’, ‘chisgarabís’), puede también lograrse mediante el recurso de la aliteración. De nuevo san Juan de la Cruz: “un no sé qué que quedan balbuciendo”.
La paronomasia se produce entre flexiones de una misma palabra y de sus derivados o con palabras de sonido igual o semejante. Por ejemplo: “Granjas tengo en Balafor; / cajas fueron de placer,/ ya son casas de dolor” (Calderón de la Barca); “el otoño eficaz, la primavera,/ el enterrado invierno y la alta hoguera,/ y el activo verano, y ventanales” (Vicente Barbieri).
La rima o asonancia interna influye también en el valor fónico del poema: “En tus manos, ¡oh sueño!, me encomiendo” (véase también figuras retóricas).