El ritmo del verso reside en la sucesión de sílabas acentuadas y no acentuadas. Según el filólogo español Tomás Navarro Tomás, “la línea que separa el campo del verso del de la prosa se funda en la mayor o menor regularidad de los apoyos acentuales”. Los acentos rítmicos pueden caer en el acento propio de la palabra aislada, pero también en sílabas cuyo acento original es débil. Cada grupo de dos, tres o cuatro sílabas, una de ellas tónica, recibe el nombre de pie de verso o cláusula rítmica. El primer nombre proviene de la analogía que suele hacerse con la métrica clásica y sus pies fundamentales: troqueo: formado por sílaba larga y sílaba breve (—‿) o sílaba tónica y sílaba átona (óo); dáctilo: larga y dos breves (—‿‿) o tónica y dos átonas (óoo); yambo: breve y larga (‿—) o átona y tónica (oó); anfíbraco: breve, larga y breve (‿—‿) o átona, tónica y átona (oóo).
Estos pies están basados en una sucesión de sílabas largas y breves (sistema cuantitativo) que la métrica española ha asimilado a tónicas y átonas; en el esquema u es una sílaba breve, – una sílaba larga, o una sílaba átona, y ó una sílaba tónica.
Las sílabas que quedan sueltas, al principio del verso, hasta el primer acento, constituyen lo que se denomina anacrusis. Las cláusulas rítmicas reunidas forman el periodo rítmico, que se extiende hasta la última sílaba átona anterior al último acento del verso, el forzoso de la penúltima sílaba. Este último, junto con las átonas que lo siguen y la pausa de final de verso, forma el periodo de enlace con el verso siguiente. El esquema resultante, tomando como ejemplo el verso “Del salón en el ángulo oscuro” de Gustavo Adolfo Bécquer, sería: Del-sa: anacrusis; lón-en-el; án-gu-lo(o)s: cláusulas rítmicas dactílicas que constituyen el periodo rítmico; cú-ro: periodo de enlace.