El arte aborigen tiene una historia de más de 50.000 años, como demuestran las antiguas pinturas sobre corteza de árbol localizadas en zonas del interior de Australia, que son incluso anteriores a las pinturas rupestres de Altamira y de Lascaux. La función y el valor original del arte aborigen son de naturaleza sacra, al igual que la visión que tenían de la vida los primeros habitantes de este continente; si bien en la actualidad se ha perdido ese carácter sacro de las primeras pinturas rupestres para adaptarse a las exigencias de un público internacional, también la producción aborigen contemporánea bucea en las raíces de la antigua percepción mística del mundo. El concepto de sueño está presente también hoy día en la cultura aborigen; no se refiere solo a los mitos de la creación, sino también al paisaje y su estrecha relación con los aborígenes. Además, según creencias totémicas, los espíritus de los antepasados continúan viviendo en los individuos actuales, definiendo su identidad social y sus responsabilidades espirituales. Los sueños representan, por tanto, un nexo de unión con el pasado, y al mismo tiempo, la fuente del saber primordial. Las pinturas que aparecen en muchos objetos simbólicos, así como en armas, representan estos mitos asumiendo un significado sagrado; las incisiones en piedra y las pinturas sobre corteza o sobre el suelo testimonian que el acto de pintar es un acto ritual.

La pintura sobre corteza de árbol es la forma artística más característica practicada por los aborígenes. Usada en la antigüedad para construir viviendas y decorada normalmente con motivos y símbolos, la corteza procede normalmente del eucalipto; se trata de un material dúctil, liso y resistente. El estilo de los diseños varía según la zona: en ocasiones nos encontramos ante tendencias figurativas, como en la parte oeste de la Tierra de Arnhem, mientras que al este, en la zona de Yirrkala, los diseños tienden a una mayor abstracción y geometrización; las pinturas sobre corteza realizadas en la isla de Groote Eylandt se distinguen, en cambio, por el fondo negro sobre el que se recortan las figuras.

– Albert Namatjira y la integración; Con la llegada de los primeros colonizadores blancos (siglo XVII) se inicia una nueva era del arte aborigen, ya que esto implicó el contacto con una cultura totalmente distinta. Los colonos imponen a los indígenas las tradiciones europeas, ejerciendo un notable influjo en el ámbito artístico: a finales del siglo XIX, Williams Barak y Tommy McCrae comenzaron a usar los materiales introducidos por los colonos (papel y lápices), llegando a ser exponentes de una tradición figurativa de inconfundible impronta occidental y creando interesantes imágenes de la vida aborigen destinadas al público inglés. A comienzos del siglo XX la construcción de las líneas de ferrocarril hizo posible el acceso a las zonas desérticas del centro del continente, donde se fundaron numerosas misiones. En la década de 1930 el centro luterano de Hermannsburg vio emerger la figura de un artista de origen europeo, Rex Batterbee, que enseñó a la población local la pintura con acuarela. El más destacado de sus discípulos fue Albert Namatjira, quien en 1938 realizó una exposición que le dio cierta fama. El control y el dominio de los métodos occidentales por parte de Namatjira se utilizaron para demostrar la potencial eficacia de la política de integración. Pero sus obras fueron solo reconocidas por su habilidad técnica, a pesar del éxito logrado entre el público. Recientemente la producción de Namatjira ha sido evaluada siguiendo los criterios del arte aborigen moderno, analizando cómo la elección de sus temas no se acercaba a los cánones europeos de belleza, sino a la relación personal del pintor con el paisaje.

– Papunya; En la década de 1970 se consolidó como primer centro de producción del arte aborigen el asentamiento de Papunya, cercano a la ciudad de Alice Springs, en medio del vasto desierto. En 1971 llegó a la escuela de Papunya Geoffrey Bardon, un joven profesor de origen europeo, encargado de impartir las lecciones de arte a los niños. Pronto entabló amistad con numerosos aborígenes adultos, a los que enseñó a usar las pinturas acrílicas y con los que decoró los muros de la escuela, según el estilo y la iconografía de las pinturas rupestres tradicionales. De este modo los aborígenes comenzaron a pintar sobre mesas y otras superficies. Un año después esta actividad había generado una serie de interesantes obras que reproducían diseños ceremoniales en el estilo de puntos y círculos. La producción artística de esta comunidad obtuvo en poco tiempo importantes reconocimientos. Después de que las pinturas adquirieran valor, se fundó una cooperativa que se encargó de la comercialización de las obras y que hoy, además de regentar una galería en Alice Springs, está en contacto con otras organizaciones internacionales. Ciudades como Londres, París, Frankfurt o Los Ángeles han sido sede de distintas exposiciones organizadas por los pintores de Papunya, que han creado de este modo un ejemplo para la comunidad aborigen, como la de los centros de Mount Allan y Napperby.

– Otros centros de producción; La comunidad de Yuendumu, situada a unos 120 kilómetros al norte de Papunya, conoció un singular desarrollo artístico en la década de 1980. La mayor parte del trabajo lo llevaban a cabo mujeres que realizaban dibujos de pequeñas dimensiones sobre tela, los cuales suscitaron un gran interés por parte de los antropólogos y lingüistas europeos. También los hombres se acercaron a la pintura decorando escuelas y telas, además de mesas y otros objetos. En 1985 los artistas de Yuendumu fundaron una sociedad para la venta de sus obras de arte. A principios de la década de 1980, en una zona todavía más remota del desierto occidental, la comunidad aborigen de Balgo Hills inició otro movimiento pictórico, que fundía los temas cristianos con la tradición aborigen y las representaciones de la antigua edad del sueño. Este arte está caracterizado por el uso de minúsculos puntos y de las tonalidades púrpura, rosa, naranja y azul. La comunidad de Lajamanu, en el otro extremo del desierto occidental, es uno de los asentamientos más aislados de Australia. El principal obstáculo al desarrollo de un estilo pictórico local no fue, sin embargo, su situación desfavorable, sino la oposición de sus ancianos. Cuando esta resistencia disminuyó, Lajamanu se transformó en un importante centro artístico del que provienen obras de notable interés. Las pinturas más interesantes, que reproducen elaborados arabescos, fueron realizadas usando una gama cromática limitada a los colores blanco, negro y verde. Las pinturas de color ocre de la comunidad warmun de Turkey Creek, en el Kimberley oriental, han pasado a ser famosas después de su participación en la Bienal de Venecia, con artistas como Queenie McKenzie, Freddie Timms y Rover Thomas. Ngukurr es una pequeña comunidad aborigen situada en el límite septentrional de la Tierra de Arnhem, que se distingue de los otros centros artísticos por no seguir la tradición de la pintura sobre corteza, sino que prefiere las pinturas acrílicas sobre tela. Willie Gudjipi, que forma parte de esta comunidad, se centra en la representación de ceremonias de iniciación y de ritos fúnebres. Las imágenes muestran armas, utensilios, antepasados con forma humana o animal, así como distintos tipos de flores. Las formas sinuosas de las serpientes y el uso de pequeños puntos para definir los contornos de las figuras aparecen también en las pinturas de otras comunidades del sur.

– La producción en los centros urbanos; El florecimiento del arte local que tuvo lugar en el último cuarto del siglo XX no fue solo obra de comunidades aborígenes aisladas, sino también de las que, viviendo en centros urbanos, han descubierto su propia identidad a través del arte, imponiéndose a un contexto social que los marginaba. Las fuentes de las que obtienen la inspiración son variadas: estilísticamente, las obras reproducen elementos de la tradición europea mezclados con los de la tradición aborigen, dando vida a un lenguaje atento a los problemas sociales y políticos. La atención del público internacional se centra sobre todo en dos fotógrafos, Brenda Croft y Michael Riley. Los retratos de los aborígenes realizados por Riley ponen luz en la belleza y en la dignidad de los individuos, en oposición a las imágenes anónimas de sabor etnográfico todavía difundidas. La producción artística aborigen, que suscita hoy en el mundo occidental un creciente interés, ha favorecido el renacimiento de una cultura local, atrayendo la atención de la comunidad internacional hacia la cultura aborigen y sus tradiciones.