Se aplica a la música para el teatro, música vocal o música instrumental que forma parte de un espectáculo teatral, que puede servir simplemente de fondo sonoro, como la mayoría de las bandas sonoras del cine, o ser el centro principal, como en la ópera, la opereta, la zarzuela o el musical.

Las antiguas ceremonias religiosas que combinaban música, danza y oratoria dieron origen a formas teatrales como la tragedia griega, en la que el coro aporta comentarios tanto en forma de canto como de danza. El teatro para marionetas wayang kulit, que aún se interpreta en Indonesia, es una representación escénica, musical y dramática de un mito hindú. En la música china, la actuación, el canto y la interpretación de instrumentos musicales se mezclan con la danza, la acrobática, las máscaras y los disfraces en muchas variedades de la ópera china. En Japón, los grandes géneros teatrales del nō y el kabuki representan una unión del drama, la música y la danza. Por otra parte, en los entretenimientos ligeros del siglo XIX y XX de Europa y América, como el minstrel show, el vodevil y la revista, la integración de danza, música y diálogos es escasa. Los dramas litúrgicos en latín que interpretaban los clérigos entre los siglos X y XII, incluían canto llano y otros géneros musicales. En los autos de los siglos XIII al XVI, ya en lenguas vernáculas, las canciones populares, el canto y la música instrumental acompañaban a danzas y procesiones.

Durante el renacimiento, la música, a menudo arreglada por músicos locales, acompañaba a las obras teatrales, incluidas las reposiciones de las obras clásicas en latín. En muchas escenas de las obras de Shakespeare se especifican canciones o bailes. Algunos compositores ingleses posteriores, como Henry Purcell y Thomas Arne, han escrito música para estas escenas. En el Teatro español del barroco es frecuente la participación musical: villancicos, tonadillas, bailes y fragmentos instrumentales. Son famosos los llamados ‘cuatro de empezar’, un fragmento coral a 4 voces que realzaba el argumento de la obra; se cantaba antes de empezar o entre actos. La música de acompañamiento alcanzó su cima en el siglo XIX, cuando los teatros mantenían orquestas y se encargaban partituras de los más ilustres compositores. Ejemplos de ello los encontramos en Egmont (1819) de Ludwig van Beethoven, un melodrama en el cual la música pone sonido de fondo al diálogo hablado con textos de Goethe; y la música de Felix Mendelssohn para el Sueño de una noche de verano (1843). En el siglo XX, la música de acompañamiento, o incidental, que se utiliza para las obras escénicas suele estar grabada o producida por medio de equipos electrónicos.