La idea de verosimilitud queda expresada en la teoría dramática de Cervantes, en coincidencia con los usos teatrales generalizados en el renacimiento, concretados en esa apariencia de realidad que rechaza los detalles improbables. De ahí que los géneros y los modelos de personaje acaben imponiendo sus protocolos, a tal extremo que incluso en los planteamientos más extremados predomine una remarcada lógica expositiva, bien asumida por los espectadores.
Más allá del sentido poético de una determinada obra, la línea directriz del texto dramático y los criterios de su representación serán los elementos que construyan el sentido de realidad del espectáculo teatral. De hecho, la evolución del teatro moderno guarda un estrecho vínculo con la idea de verosimilitud. Entre los variados ejemplos de esa tendencia difundidos a fines del siglo XIX, cabe citar el verismo operístico, el escenario impuesto en el auge del naturalismo, e incluso el tono interpretativo generalizado con el realismo.
En última instancia, será el actor quien logre sobre el escenario el efecto de verosimilitud, un efecto que, con escasas variantes, también se advierte en los intérpretes que desempeñan su labor en el mundo del cine. Según la estética teatral de Bertolt Brecht, el actor, más que interpretar, debe citar a su personaje. El aporte del dramaturgo alemán consiste en acentuar el efecto de distanciamiento para que el espectador no pierda su conciencia crítica, que consiste en asociar lo que sucede en escena con lo que efectivamente sucede en la vida cotidiana. La verosimilitud, en este caso, surge como resultado o síntesis dialéctica entre la verdad representada y la verdad presente.