La forma y evolución de las vertientes están en relación con el equilibrio entre la meteorización y la erosión (o transporte de material). Este equilibrio refleja las características generales del clima de la región en donde se encuentran las vertientes. Las laderas situadas en zonas húmedas tienen suelos relativamente profundos y tienen, por lo general, un perfil convexo-cóncavo o convexo-recto-cóncavo. Los fenómenos predominantes que se producen son las corrientes subterráneas de agua, la reptación del suelo y el deslizamiento. La solución (acción química del agua sobre ciertas rocas, especialmente sobre calizas) es un importante proceso, pero tiene escaso efecto sobre la morfología de las vertientes. Las vertientes de zonas semiáridas, con escaso o nulo suelo, tienen una pequeña convexidad superior, una prominente cara abarrancada y una ladera recta de derrubios (constantes) y una larga base cóncava (pedimento). El impacto de la lluvia determina la convexidad superior. La zona abarrancada tiene su génesis en la meteorización física y en la caída de rocas, mientras que la vertiente de derrubios contiene materiales más finos, lavados fácilmente por corrientes de agua. La base cóncava, como ya se señaló anteriormente, es la zona de acumulación de sedimentos. Las vertientes de zonas montañosas suelen poseer un perfil similar, pero la ladera de derrubios se caracteriza por los canchales.