La curandería es el proceso en virtud del cual una persona recupera la salud física o mental, mediante lo que se considera una intervención directa de una fuerza divina. La curandería se distingue tanto de la medicina científica, que trata la enfermedad con remedios específicos desarrollados a través de la observación y la investigación, como de la medicina precientífica, que combate la enfermedad con conocimientos tradicionales, como puede ser el uso de ciertas plantas y hierbas, y es practicada a menudo por personas que poseen una cierta autoridad religiosa. Pese a que utilizan remedios empíricos, se considera que estos curanderos se comunican con los poderes sobrenaturales supuestamente responsables de la enfermedad y de su curación. De este modo la medicina precientífica y la curandería están relacionadas, y a menudo combinan un mismo tipo de tratamiento.

En los tiempos modernos las actitudes frente a la curandería se han polarizado. Según la medicina científica, concebida de manera rígida, toda enfermedad (incluso las enfermedades mentales) es el resultado de un desorden fisiológico; de acuerdo con este esquema, la curandería no resulta creíble. En el extremo opuesto, los practicantes de la curandería creen que el origen de toda enfermedad reside en un desorden de la mente o del espíritu, para el cual sólo ellos conocen el remedio. Dos manifestaciones muy distintas de esta segunda actitud se observan en la ciencia cristiana y en las sectas cristianas carismáticas de curandería. La primera sostiene que el origen de todo mal, también la enfermedad física, reside en la ignorancia que la mente tiene de la auténtica realidad, mientras que la segunda considera la enfermedad en términos bíblicos, es decir, causada por los demonios y practica técnicas de curandería en virtud de las cuales el espíritu divino triunfa supuestamente sobre los espíritus malignos. Entre estos dos extremos se sitúan otros puntos de vista menos rígidos. Así por ejemplo, la gente practica la oración como último recurso cuando las medidas científicas no dan resultado. Del mismo modo, muchas personas consideran la salud como una complicada relación de numerosos factores físicos, emocionales y espirituales de carácter determinante, y creen que el remedio más eficaz para la curación consiste en utilizar simultáneamente todos los medios disponibles, incluida la oración.

– Historia; la curandería era practicada en la antigüedad por los griegos y romanos, quienes creían que Asclepio, dios de la medicina, se aparecía en sueños a los enfermos que dormían en los templos consagrados a su culto, curándoles o indicándoles el tratamiento que debían seguir. El Antiguo Testamento, por el contrario, contiene escasas referencias a la curandería; la más concreta aparece en 2 Re. 5:1-14, cuando Eliseo cura a Naaman de la lepra con un baño ritual en el río Jordán. En los Evangelios, en los relatos de los milagros de curación realizados por Jesús, la enfermedad se considera como un signo de la presencia de espíritus malignos, y se proclama el poder de Jesús para acabar con ella como una muestra evidente de que el Reino de Dios se encuentra en su persona.
Jesús transmitió a sus discípulos el poder de curar la enfermedad y la Iglesia ha proclamado y ejercido desde sus orígenes un ministerio curativo. El apóstol san Pablo consideraba la curación como uno de los dones especiales del Espíritu Santo (véase Cor. 12:9), y cabe la posibilidad de que ciertas personas posean este don en grado extremo. Hacia el siglo III d.C. se generalizó la creencia en el poder curativo de las reliquias. La práctica de conducir a los enfermos a santuarios como Lourdes, en Francia, ha sido muy común desde el renacimiento.

– El papel de la fe; pese a que la fe de un creyente se considera por lo general un canal de curación, la teología cristiana insiste en que el auténtico agente de la curación es el espíritu de Dios. Así, la fe, en el sentido de confianza y esperanza (más que de adhesión a una doctrina ortodoxa) es el requisito previo para la curación. La asociación del pecado con la enfermedad es común en la teología cristiana (véase Sant. 5:14-16), y en la práctica cristiana la confesión del pecado ha precedido normalmente a la unción de los enfermos, la imposición de manos y las oraciones que constituyen la liturgia cristiana para la curación.