El primer libro impreso en las colonias inglesas fue el Bay Psalm Book (1692); en su novena edición (1698) contenía 13 melodías de salmos, todas ellas procedentes de Europa; algunas, incluida ‘Old Hundredth’, se cantan todavía; después de 1750 los compositores nacidos en Nueva Inglaterra crearon una música religiosa de carácter propio; difundida a través de las ‘escuelas de canto’ (cursos informales de instrucción musical), los himnos yankis (con sus melodías y acordes de quintas huecas) resultaban poco convencionales para los cánones europeos. Una de las formas favoritas era la fuga, una pieza en cuatro partes que comenzaba como un himno y finalizaba como un rondó; el más famoso de los ‘tunesmiths’ (cancionistas) de Nueva Inglaterra fue el curtidor William Billings (1746-1800), cuya colección The New England Psalm Singer (1770) señaló la aparición del nuevo estilo.

Después de la Guerra de Independencia estadounidense (1775-1783), el gusto inglés volvió a imponerse en la música de las iglesias. La música de los cancionistas de Nueva Inglaterra fue calificada de ‘no científica’ por compositores tales como Thomas Hastings (1787-1872) y William Batchelder Bradbury (1816-1868). La figura dominante era Lowell Mason (1792-1872), que ejercía una profunda influencia en la vida musical estadounidense en el siglo XIX. Además de introducir la música en las escuelas de Boston en 1838, compuso más de 1.200 himnos y recopiló cinco colecciones importantes. La que tuvo más éxito fue The Boston Handel and Haydn Society Collection of Church Music (1822).

La música religiosa tradicional de Nueva Inglaterra emigró hacia el sur, donde surgió un nuevo tipo de himnos folclóricos en los encuentros del movimiento revitalista religioso. Cercanos a las melodías modernas del gospel en sus repeticiones, entre los himnos se incluyen ejemplos tan conocidos como ‘Amazing Grace’ y ‘Wayfaring Stranger’. Los himnos folclóricos sureños fueron generalmente impresos en ‘notas de formas’, un sistema de notación de fácil lectura en el que cada una de las siete notas poseía una figura distinta que la representaba. La colección de notas de formas más amplia y de mayor popularidad fue The Sacred Harp (1844) de Benjamin Franklin White y E. J. King.

La presencia de los africanos en Norteamérica llegó a la música popular de la mano de los juglares de caras pintadas del minstrel show. Por lo general se trataba de un grupo de cuatro hombres blancos. Esta formación la establecieron los minstrels de Virginia en los años 40 del siglo XIX. Tocaban banjo, pandereta, castañuelas de huesos y violín. El virtuoso del banjo Daniel Decatur Emmett fue el compositor más destacado de este género. Su obra más conocida es ‘Dixie’ (1859). A mediados de siglo aparecen los primeros hombres de raza negra que actuaban en minstrel shows. La genuina música afroamericana ya se había establecido en la tradición oral a comienzos del siglo XIX. La primera colección publicada de ella, Slave Songs of the United States, apareció en 1867. Entre otras melodías famosas, la colección contenía ‘Michael, Row Your Boat Ashore’ y ‘Roll, Jordan, Roll’. Después de la Guerra Civil (1861-1865), los conciertos de los Fisk University Jubilee Singers hicieron de esos espirituales los primeros ejemplos de música folclórica afroamericana que llegaron a una audiencia nacional e internacional. El más grande compositor de la época, y quizá del siglo, fue Stephen Collins Foster, quien compuso canciones para los famosos Christy Minstrels, tales como ‘Oh, Susanna’ (1848) o ‘Camptown Races’ (1850), así como canciones de salón, como ‘I Dream of Jeanie with the Light Brown Hair’ (1854) o ‘Beautiful Dreamer’ (1864). Foster fue inmortalizado por sus melodías de tono folclórico y por su habilidad para combinar los lenguajes angloirlandés y afroamericano con las arias de ópera italiana.

La música de los compositores románticos alemanes Robert Schumann y Johannes Brahms sirvió de modelo para la mayoría de los compositores estadounidenses de finales del siglo XIX, la mayor parte de los cuales pertenecía al círculo de Nueva Inglaterra conocido como Boston Group. Los miembros del grupo incluían a John Knowles Paine, Arthur Foote, George Chadwick, conocido por sus Symphonic Sketches (1907) y su ópera Judith (1901), Horatio Parker, cuya cantata Hora Novissima (1892) fue representada en numerosas ocasiones y Amy Cheney Beach, conocida como Mrs. H. H. H. Beach y cuya Gaelic Symphony (1896) fue la primera sinfonía compuesta por una mujer en Estados Unidos. El compositor de música clásica más destacado, no obstante, no formaba parte de la escuela de Nueva Inglaterra. Edward MacDowell extrajo su propia inspiración de la nueva escuela alemana representada por el compositor húngaro Franz Liszt y el alemán Richard Wagner. Las obras de MacDowell, compuestas entre 1880 y 1902, son sobre todo para piano solista. Incluyen dos conciertos para piano y 16 piezas características. Su obra más famosa es ‘To a Wild Rose’, extraída de Woodland Sketches (1896). El más original y, de hecho, el primer gran compositor de la tradición culta fue Charles Ives, cuyo uso de la politonalidad y la disonancia lo convirtieron en un profeta del modernismo. El músico estadounidense más conocido a finales del siglo XIX era John Philip Sousa, director de una gran banda de concierto, quien compuso cerca de 140 marchas, incluida ‘Semper Fidelis’ (1888) y ‘The Stars and Stripes Forever’ (1897). La música popular se convirtió en un gran negocio a partir de la década de 1890. Durante los siguientes diez años, dos estilos afroamericanos, el ragtime y el blues, demostraron su arraigo comercial. El ragtime, que evolucionó a partir de las canciones de los minstrels, tenía una música fuertemente sincopada. Su compositor más destacado fue Scott Joplin, una de cuyas piezas para piano, ‘Maple Leaf Rag’ (1899), causó furor en el país. Durante las dos primeras décadas del siglo XX el blues, en las voces de cantantes como Bessie Smith y compositores como W. C. Handy, se consolidó como género popular, más que como música folclórica. En el teatro, los ecos del estilo vienés podían oírse en Broadway en las operetas de Victor Herbert. Junto a los espectáculos de vaudeville de Florenz Ziegfeld, las operetas de Herbert eran los mayores éxitos de la comedia musical.

La década de 1920 marcó la emergencia de un movimiento renovador autóctono en Estados Unidos. Sus pioneros fueron Henry Cowell, que introdujo el cluster (acorde compuesto de tres o más notas adyacentes, en lugar de las notas espaciadas en intervalos de terceras o cuartas de los acordes normales); Carl Ruggles; Ruth Crawford-Seeger; y Edgard Varèse, cuyas composiciones, sin melodía o armonía en el sentido tradicional, tuvieron gran influencia en la posterior música del siglo XX. La década de 1920, también llamada la era del jazz, vio surgir un estilo distinto de música, separada de sus raíces en el ragtime y el blues. En las manos de sus principales compositores-intérpretes, Louis Armstrong, Jelly Roll Morton y Duke Ellington, el jazz siguió siendo popular hasta la década de 1940. En la de 1920 también hizo furor la canción popular. Muchos compositores crearon pequeñas obras maestras dentro de los límites de la forma de canción de 32 compases. Entre los más destacados figuraban Jerome Kern, Cole Porter e Irving Berlin. La música de George Gershwin abarcaba tanto las formas populares como clásicas, en obras como la Rhapsody in Blue (1924), el Concerto en fa (1925), y la ópera Porgy and Bess (1935). Durante la gran depresión en la década de 1930 surgió una tendencia de búsqueda consciente de una identidad musical propia, que caracterizó a la música clásica de las siguientes dos décadas. Aaron Copland, quizá el compositor estadounidense más famoso del segundo cuarto de siglo, abandonó el lenguaje de orientación internacional en sus Variaciones para piano (1930) en favor de un estilo melódico de tonalidad definida, influido por la música folclórica estadounidense. Los compositores que trabajaron en una dirección similar incluyen a William Grant Still, Roy Harris y Virgil Thomson.

Otros compositores alcanzaron la fama con una música más internacional que nacionalista; algunos, quizá inspirados por el trabajo del compositor ruso Ígor Stravinski durante las décadas de 1920 y 1930, recibieron el impulso del neoclasicismo; entre ellos estaba Walter Piston, quien solía usar texturas y géneros del barroco; tres notables neorrománticos fueron Howard Hanson, Samuel Barber y Gian-Carlo Menotti.